Leopoldo Fergusson es el personaje del mes

Este exalumno de la promoción 1997 habla sobre el camino que eligió dentro de la academia y de sus intereses investigativos en temas de economía política. Comparte el gusto por lo que hace y también reconoce algunas crisis que enfrentan las personas en este tipo de trabajo. Por último nos narra algunos recuerdos de lo que fue ser nogalista en las décadas de los ochenta y noventa. Esta es su historia:

¿Qué has hecho desde que te graduaste del Colegio?

Estudié economía (el pregrado y una maestría) en la Universidad de los Andes. Trabajé en el Banco de la República y luego en la Universidad de los Andes, donde di mis primeros pasos como investigador y como profesor y me convencí de mi interés en la academia. Después de tres años me fui al Massachusetts Institute of Technology (MIT) a hacer un doctorado. Al terminar el doctorado volví a Los Andes, donde he sido profesor e investigador con estadías temporales en la Universidad de Harvard, la Universidad de Chicago y MIT.

Así que, para volver a la pregunta, ¡desde que me gradué del colegio no he hecho nada muy distinto a lo que hacía en el colegio: estudiar! Lo digo medio en chiste y medio en serio. Claro, ahora soy “profesor”, pero es que lo trillado no le quita lo cierto: un buen profesor es en realidad un estudiante.

¿Qué te convenció de dedicarte a la academia?  

Desde cierto punto de vista es el trabajo ideal. Aunque tengo que rendir cuentas, ser buen profesor y demostrar que mis trabajos son rigurosos y relevantes, no tengo propiamente “jefe” pues yo defino qué quiero hacer y cómo hacerlo. Entonces, casi por definición hago lo que me gusta. Me he dedicado a la intersección entre la economía y la política, porque creo que entender cómo funcionan los mercados, cómo se logra (o no) prosperidad material, cómo se distribuye esa prosperidad entre personas, regiones o países, en fin, casi que cualquier pregunta relevante en economía es muy difícil de contestar bien sin estudiar el entorno político. El esfuerzo por abordar estos temas me ha permitido aprender cosas, conocer gente e ir a sitios fascinantes.

Parece que la pregunta para ti más bien sería por qué no dedicarse a la academia…

(Risas) Puede ser, la decisión fue definitivamente muy natural para mi. Pero tampoco tengo una visión ingenuamente romántica. Siempre le digo a quienes están contemplando esta opción que en la vida académica hay varias crisis posibles.

La primera es la crisis de la irrelevancia: sentir que lo que haces solo lo conoce un círculo estrecho de especialistas y poco importa para la mayoría de la gente en el mundo “real”. La segunda es la crisis de la impaciencia, porque con frecuencia hay un rezago muy largo entre que te esfuerzas y ves los frutos. Y la tercera es la crisis de la soledad, porque debes pasar mucho tiempo contigo mismo y con tus ideas.

Yo no he estado cerca de ninguna de las tres. Creo que es, por un lado, porque me esfuerzo por participar (con lo que aprendo de mis investigaciones y las de otros) en la discusión de políticas públicas y asumo responsabilidades que sirven a los demás (actualmente, por ejemplo, dirijo el Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico de la Universidad de los Andes). Eso me protege de la primera crisis y me obliga a entrenarme contra otro mal terrible de los académicos: escribir en formas que nadie puede entender.

De la irrelevancia y de la impaciencia también me protege mi papel como profesor y mentor: es difícil sentirse irrelevante cuando uno logra tener alguna influencia positiva en la formación de profesionales, y esa retroalimentación con frecuencia llega rápidamente. Y para la soledad, nunca me he sentido incómodo con pasar algunas horas trabajando solo, pero además he construido una red de colegas y estudiantes extraordinarios con quienes colaboro en mis proyectos, de quienes aprendo continuamente y con quienes me divierto mientras trabajamos.

¿En qué proyecto de investigación estás trabajando ahora que consideres relevante para una comunidad como la nuestra?

Trabajo en muchas cosas a la vez (tal vez más de las deseables). Podría hablarte sobre cómo parte de las dificultades actuales de los Estados latinoamericanos (que, de hecho, las vemos claras con el manejo del Covid) tienen que ver con cosas tan lejanas en apariencia como las instituciones fiscales coloniales, o sobre qué puede decir la economía de las causas de los mal llamados “falsos positivos” (recientemente en los medios de nuevo a raíz de los avances de la Jurisdicción Especial para la Paz).

Pero tal vez el más relevante para la comunidad nogalista es un proyecto con varios colegas economistas, historiadores, y politólogos para explorar las causas y consecuencias de la enorme segregación educativa en Colombia. Simplificando, “los ricos” estudian con “los ricos” y “los pobres” con “los pobres” y el sistema público se queda corto en calidad para poder cerrar las brechas de oportunidades para quienes quedan excluidos en esta situación.

¿Cuáles son las consecuencias económicas de esto?

Empiezo por decir que creo que esto es preocupante en principio, ni siquiera por consideraciones económicas, pues implica que “la cuna” determina qué tanto un colombiano puede perseguir sus sueños y aprovechar sus talentos. Casi que define el camino de su vida y su identidad. Pero además perdemos todos, porque si pudiéramos aprovechar los talentos de todos los colombianos seríamos una sociedad más próspera y feliz.

Te confieso una convicción íntima: si la cancha estuviera nivelada en Colombia creo que no habría sido yo uno de los primeros colombianos en completar un doctorado en economía en MIT. Habría sido alguien más talentoso y dedicado que yo, que no estamos descubriendo porque la cancha está tan desnivelada que simplemente los obstáculos son demasiado grandes para algunos.

Eso debemos corregirlo y el problema de segregación educativa es un obstáculo grande, al tiempo que siembra mecanismos en ocasiones sutiles y por lo tanto difíciles de combatir para perpetuar la desigualdad: diferencias en redes de contactos, distinciones en gustos, preferencias y conductas que diferencian a la población y favorecen una discriminación escondida e incluso inconsciente y, por supuesto, la simple diferencia en experiencias formativas.

Por eso me parece tan importante la iniciativa que conocí hace poco del colegio con la Fundación Alquería para becar a estudiantes. Obviamente, debemos lograr soluciones a mayor escala. También creo que quienes hemos tenido el privilegio de una educación como la nogalista tenemos que ser conscientes de ese enorme privilegio. No engañarnos dándole un peso exagerado a nuestro esfuerzo en logros que, sin duda, han tenido el empujón del tapete rojo que nos ha tendido la vida. Y la advertencia la sustento con evidencia científica: como escribí hace poco en una columna, está claro que la gente exitosa, por el mero hecho de serlo, tiende a subestimar cuánto importa la suerte y a exagerar el papel de su propio esfuerzo para determinar su éxito en la vida.

 

Algunos estudiantes de promoción 1997 en el año 1985

Preguntas rápidas

¿Cuál es tu palabra favorita?

No creo tener una. De algunas me gusta como suenan, de otras su significado. Pero bueno, sigo instrucciones, si tuviera que elegir una ya: amistad, sobre todo por lo segundo.

¿Cuál es la que menos te gusta?

Engaño, con el mismo criterio.

¿Cuál es el sonido que más recuerdas del colegio?

La campana de fin de recreo (también conocida como el inicio de la persecución con la pelota pues “el último que la toque la lleva”).

¿Cuál es el olor que más recuerdas del colegio?

Muchos. Pero una evocación proustiana fuerte es cuando huelo un cuaderno nuevo, me lleva a cada primer día de clases en el colegio.

¿El profesor/a que más recuerdas?

Uno imposible. Mireia Fornaguera, Matthew Fishbane, Michael Kennedy, Luisa Pizano, Hans Jacobsohn, Julio Morales, Maria Fernanda López, Patricia Vélez, Rafael Muller, Juan Meneses, el “pollo” Padilla, Haydee de Cadena…

¡Un montón de personajes fenomenales y faltan!

¿Cuál fue tu materia favorita?

Estudié economía porque no quería dejar las matemáticas ni las ciencias sociales. Hasta el pregrado, seguía escribiendo cuentos para concursos. Así que no pude tener un ranquin de materias hace años, ¡menos ahora!

¿Cuál era tu lugar preferido en el colegio?

En Suba (sí, así de viejo soy), recuerdo que la casa principal era muy bonita y la zona de juegos era espectacular, montañosa y con unas zanjas que supongo diminutas, pero en ese entonces parecían obstáculos enormes y perfectos para jugar.

¿Quiénes eran tus mejores amig@s?

Construímos un grupo íntimo con quienes compartimos mucho, si no es que todo: Santiago Aparicio, Juan Andrés Fadul y Juan Camilo Macías. Con Juan Andrés Ospina y Andrés Moya, amigos desde colegio, consolidé una amistad más fuerte desde graduados. Teníamos un grupo más grande de buenos amigos con quienes compartimos, entre otras, tarjetas de fidelidad en la Pizza Nostra y encuentros en el centro de operaciones que era la casa de Camilo Hoyos.

Pero fui y soy amigo de muchos más a quienes quise y quiero, si bien los veo más esporádicamente de lo que conviene: María Margarita Navarro, Valentín Villamil, Juliana Posada, Tatiana Samper, y no quiero seguir la lista para no alargar el cuento o excluir injustamente a pocos.

¿Podrías decirnos una cosa que hayas aprendido en el colegio y que pones en práctica en tu día a día?

Muchas. Valorar la excelencia. Procurar un compromiso con Colombia. El esfuerzo por escribir bien. El gusto por los deportes.

¿Hay algo que te hubiera gustado aprender en ese tiempo y no tuviste la oportunidad?

Teatro. Cuando me iba a inscribir al grupo de teatro en vocacionales, nombraron a Santiago Aparicio “tambor mayor” de la banda marcial. La amistad me hizo dejar la idea del teatro de lado y vivimos un tiempo increíble en la banda, además con muchos logros. Pero siempre me quedó la espina de explorar la actuación.

Ahora ejerzo ese sueño frustrado haciendo personajes en los cuentos que le leo o invento a mi hijo. Tengo un español dicharachero que se llama Manolo y que era de las pocas cosas que lo calmaban recién nacido cuando había que cambiarle el pañal. Ezequiel Boticcini, un argentino canchero pero simpático y muy tranquilo. Y “El Pote” Díaz-Granados, un costeño alegre. Hace poco cuando en radio habló un periodista español y siguió una entrevista a un costeño, mi hijo dijo “hablaron Manolo y el Pote Diaz-Granados”. ¡Así que tal vez no lo hago tan mal!

¿A quién te gustaría ver como personaje del mes?

Esta entrevista debió dejar bien claro que no tengo una trayectoria particularmente original o inusual. Si quieren historias especiales de vida, entre mis compañeros de promoción hay muchas para inspirarse y aprender.

Consejo Estudiantil 1992 Archivo fotográfico – Biblioteca Colegio Los Nogales ©